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viernes, abril 19, 2024

El pueblo que ‘adoptó’ los cadáveres del río debe despedirse de sus muertos

Esta es la historia de Puerto Berrío, donde el río expulsaba los muertos del conflicto armado, la gente los sacaba, los sepultaba y les otorgaba un nombre a cambio de milagros. Ahora deben ‘devolverlos’ para que la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos halle a sus verdaderos familiares

El antropólogo golpea la lápida con el cincel y suda. Uno, dos, tres golpes suaves hasta que la mujer lo interrumpe:

María ‘Nina’ Barrera está sentada en una silla blanca de plástico frente a la bóveda en el cementerio de Puerto Berrío, un pueblo hirviente de 51.000 habitantes en el nororiente colombiano. Mira resignada cómo exhuman los restos de una persona que no conoció pero, al mismo tiempo, considera “su muerto”.

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Durante los últimos 10 años lo ha visitado cada día, le ha rezado, le ha pedido milagros. Y él, o ella, no lo saben, le ha cumplido. Ahora debe devolverlo y ha venido a despedirse. Por segunda y última vez.

Puerto Berrío es como el microcosmos de la desaparición en Colombia. Muertos que emergían del río Magdalena, asesinados durante el conflicto armado, gente que se transformó en rescatadora de cuerpos, hombres que montaron una funeraria ante la cantidad de fallecidos; devotos y religiosos, vendedores de flores, de santos, de lápidas, de osarios, un jardinero que se volvió el experto en hablar con las almas de esos muertos.

El pueblo que 'adoptó' los cadáveres del río debe despedirse de sus muertos  | Internacional | EL PAÍS

 Durante más de treinta años, a finales de los años 80 y luego entre 1998 y 2005, el río expulsaba a los muertos sin nombre y la gente los renombraba, los cuidaba y les pedía milagros.

Ahora el pueblo de los NN adoptados vive una revolución y también un duelo. Deben “entregar” esos restos a la Unidad para la Búsqueda de Desaparecidos que, en una misión humanitaria otorgada por el proceso de paz, exhuma los cuerpos de los NN por todo el país e intenta encontrar su identidad. La dimensión de su trabajo es inabarcable: hallar entre 80.000 y 120.000 desaparecidos que dejó el conflicto armado. Gran parte de ellos, se sabe, están en los cementerios del país, sepultados como NN, o como en el caso de Puerto Berrío, con otros nombres, los nombres que les dieron sus padrinos.

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En voz baja, algunos habitantes admiten que hay resistencias. Temen que el pueblo deje de ser “mundialmente conocido” o que esas almas no vuelvan a hacerles milagros.

cuentan en cada esquina de Puerto Berrío van desde un empleo, una casa, el fin de una adicción a las drogas o que caigan los asesinos de un familiar. “Usted no se va a llevar a mi muerto”, les decían al principio a los funcionarios judiciales que acompañan la labor de la unidad de búsqueda.

Nadie sabe bien cómo empezó con la tradición de adoptarlos, pero algunos habitantes la sitúan a comienzos del año 2000. Para esa época se vivía una segunda oleada de violencia en los pueblos a orillas del Magdalena Medio y los grupos paramilitares habían cambiado de estrategia: las masacres eran estruendosas, ahora había que lanzar los muertos al río para desaparecer la evidencia del delito. El río Magdalena se convirtió en un cementerio y los cuerpos que encallaron terminaron con padrinos en el cementerio.

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